lunes, 26 de octubre de 2009

MAYO ES UN BUEN MES (I)

Sucedió que sin planearlo la frecuencia y amplitud de sus conversaciones se incrementaba día tras día. Se iban conociendo. Aprendiendo mutuamente. Contándose experiencias. Cada vez estaba más cercano el momento del encuentro real.
Y así fue.
No importa donde, ni cuando. Inconscientemente dispararon sus miradas haciendo diana en las respectivas pupilas. Para la mayoría de la gente aquel momento hubiera sido eterno, para ellos no. Disfrutaron prolongadamente de ese instante sin mediar palabra, solo mirándose a los ojos.
Transcurrida aquella pausa interminable, el saludo formal. Se dieron la mano. La sensación al contacto fue sensiblemente húmeda.
Sus dedos culminados con aquellas preciosas uñas rozaron mi piel y sentí un agradable escalofrío.
Ignoro que es lo que durante aquellos momentos pasaba por su cabeza. Una cabeza de frente amplia, despejada, solo acariciada por unos geométricos rizos.
Las cejas finas y arqueadas de una forma imposible, su nariz pequeña y algo redondeada y los labios carnosos y trazados libidinosamente.
Sin poder evitarlo me concentre en sus generosos y redondeados pechos y así en unos segundos recorrí su cuerpo hasta los pies.
Conversamos obviamente sobre temas que ya habíamos hablado con anterioridad. De forma fluida, abierta y sincera. No escondimos nada. Nada había que temer.
Si al principio estábamos algo nerviosos, aquel síntoma se transformó en inquietud conforme avanzaba la conversación.
Con autoridad me dijo : vayámonos quiero que veas algo.
Nos trasladamos en su vehiculo. Mientras ella conducía, ignorando por mi parte el recorrido, yo contemplaba sus preciosas manos en todos sus movimientos – como las deslizaba por el volante ; el agarre del cambio de marchas, …. Para mi fue excitante.
Te gustan mis manos, verdad?, dijo.
Si, son preciosas – con emoción le respondí -, también lo son tus pies. Me gustas mucho.
Ladeando hacia mi su cabeza, sonrió y su mano derecha buscó la mía al tiempo que decía – lo, se.
No intercambiamos palabra alguna hasta pasados unos minutos en que ya nos encontrábamos entre las paredes de aquel santuario.
Ambos de pie nos volvimos a mirar fijamente como en el inicio de nuestro encuentro. Unimos las manos y acercando lentamente nuestras cabezas ,con la boca semiabierta, buscamos el lugar apropiado para posar los labios.
Un beso superficial en los labios con un leve y fugaz contacto abrió paso a que nuestras lenguas se entrelazaran en las cavidades.
Intercambiamos fluidos al tiempo que la respiración de ambos se aceleraba. Nos mordisqueábamos cuidadosamente, las lenguas saliendo de nuestras bocas se movían en el exterior a ritmo de un ejercicio de esgrima. La presión que aplicábamos en nuestras unidas manos cada vez era más fuerte.
Aquel beso se prolongó durante unos diez minutos. Era un beso apasionado, frugal como si quisiéramos devorarnos el uno al otro.
Mi lengua se deslizó por su cuello, mientras apartaba su cabello para dejarlo al descubierto. Con la mano derecha intenté sin éxito abarcar todo su pecho izquierdo mientras degustaba el sabor de la dermis cutánea y del lóbulo de su oreja. El olor que desprendía su piel al contacto con mi saliva me excitaba aun más. Ella con los ojos cerrados, inclinaba su cabeza hacia atrás como signo de placer. Intercambiaba gemidos con palabras que no entendía.
Yo notaba a través de su blusa y sujetador el considerable tamaño de aquel pecho y como el pezón se endurecía.
En un movimiento fugaz se apartó. Sus ojos encendidos y sus labios estaban húmedos. Se desabrochó la blusa y el sujetador dejando libres dos hermosos y grandes pechos.
Ahora sí, con ambas manos conseguí abrazar uno, pero fue ella quien tomándolo por su base los alzó, primero uno y después el otro, ofreciéndomelos para que los degustara.
Chupé sendos pezones como si de un proceso de lactancia infantil se tratara. Cada vez estaban más duros, turgentes, hinchados. Con la lengua rodeaba la corona hasta llegar a trazar diez o más círculos.
Parecía ,pasado un tiempo, que le iban a explotar.
Siguiendo su línea de comportamiento dijo - espera – y de forma brusca su mano me agarró literalmente la entrepierna – estas excitado, dijo – con una malévola y cómplice sonrisa.
- Desnúdate .
Seguí su “orden”. Que decir cabe que nuestras complexiones eran completamente distintas.
Ella, una mujer preciosa, de naturaleza generosa y abundantes formas redondas y sensuales. En resumen una geografía humana para pecar hasta la saciedad y eso que aun estaba por descubrirla de cintura hacia abajo.
Yo, extremadamente delgado, enjuto se diría. Mi delgada desnudez hacía aun más evidente el excitado falo, que rompía descaradamente mi perfil.
- Arrodillate, a mis pies y espera.
Desapareció a mis espaldas para regresar al momento con una fusta en su mano.
Colocó la fusta bajo mi barbilla obligándome a levantarla y mirarla – has sido malo, muy malo me has excitado más de la cuenta y debo castigarte por ello, dijo-
El extremo de la fusta se posó en mis nalgas, se paseó por el perineo, el escroto, la polla, para acto seguido descargar su furia en el culo.
Al recibir las descargas, de forma compulsiva, mi culo se contraía, cerrándose.
En el tiempo de castigo y humillación ella me insultaba y degradaba con frases ,como : eres un cerdo asqueroso, peor aun, un perro que ha pretendido abusar de su dueña. Suponía que eras malo, pero no tanto.
Además tu polla se ha puesto dura sin mi consentimiento y eso no puedo permitirlo.
Yo recibía en silencio, el castigo. Escuchaba sus palabras. Arrodillado, indefenso, a sus pies, con la mirada clavada en el suelo.
Luego terminado el castigo dijo – sin embargo y a pesar de todo, eres un buen perro. Eres “mi perro” y puedo perdonártelo casi todo.
Dejó caer unas espesas y frías gotas de crema en mi enrojecida y castigada piel y con sus grandes y dulces manos la aplicó suavemente para calmar el dolor.
Sin embargo el contacto de sus manos sobre mi cuerpo, la sensación de alivio , la ternura con que las movía y también su consciente maldad a, de forma casi imperceptible pasar por el ano y con sus cuidadas y largas uñas tocar lo más sensible de mi ser, desemboco en una nueva erección.
- Mmmmm, ahora si lo deseo. Quiero que ese pedazo de carne se ponga duro, muy duro y crezca más y mas, decía.
Y mientras repetía una y otra vez esa frase cada vez sus largos dedos y sus uñas abarcaban más superficie de mi polla, que crecía.
Yo aun permanecía de rodillas cuando estando ella en cuclillas detrás de mi, cerró su mano sobre la base de mi polla y con la otra mano muy lentamente realizó movimientos de arriba abajo.
- Así como si te estuviera ordeñando. – dijo- ¿Te gusta verdad?
Un escueto y delirante si fue pronunciado por mi.

Me ordenó ponerme de pie, nuevamente. Al hacerlo clavó sus ojos en mi polla que con voluntad propia palpitaba por la excitación.
Era tal, la misma, que estaba completamente erecta apuntando hacia arriba. Incontables venas azules surcando la tersa piel de la polla y una vena más gruesa y muy hinchada. El prepucio totalmente al descubierto, de color violáceo y brillante.
Se despojó del resto de sus ropas. Sus piernas como dos columnas, fuertes, grandes. Unos ligeros pliegues de la piel marcaban una uve al final de sus muslos.
Aposento su tremendo, redondo y excitante culo sobre dos cojines y abriendo más de noventa grados sus piernas me mostró el origen del camino a la perdición.
Para hacerlo más visible a mis ojos, con sus manos separó los labios y pasó el dedo índice de la mano derecha a lo largo de su coño.
- Quédate ahí, observa en silencio, disfruta y no te toques hasta que te lo diga.
Asentí y cumplí con el mandato.
Yo estaba inmóvil, deleitándome con el excelente espectáculo que aquella Reina, mi Reina me estaba ofreciendo. Solo una parte de mi cuerpo estaba en movimiento. Mi polla, palpitaba rítmica e incontroladamente.
Ella introdujo tres de sus dedos en su boca, para mojarlos abundantemente. Los acercó a su coño iniciando movimientos suaves y giratorios en todo el contorno del mismo. De vez en cuando volvía a introducírselos en su boca para cargarlos nuevamente de saliva y al mismo tiempo para saborear sus fluidos vaginales.
Fueron, aproximadamente, veinte minutos interminables.
- Acércate, ven.
Cuando estaba a escasamente cincuenta centímetros de ella, se tumbó y me dijo dulcemente: Ahora haz lo que tu sabes y quieres hacer.
Colocado a su derecha, me dispuse a “comer” el manjar. Conforme acercaba mi cara a su coño, el sentido del olfato se impregnaba de su olor. Era una mezcla de orín, sudor y sal. Un olor excitante e idéntico al sabor que disfrute cuando mi lengua recorrió lo largo y ancho de su coño.
Le mordía los labios que no eran excesivamente grandes y que estaban algo pegajosos por el flujo vaginal. Su clítoris si era de gran tamaño, como una media luna. Lo presioné con mis labios. Era como una mezcla de colores que cada uno de ellos identificaba el grado de sensibilidad. Así en la cúspide de color rojo oscuro con un degradado hasta el rosado y casi blanco en su base que al mismo tiempo era la parte más dura.
Mientras yo hacia mi trabajo de comensal ante el mejor plato que jamás habré degustado, ella gemía de placer y acariciaba sus enormes pechos. Se pellizcaba los pezones y tiraba de ellos hacia fuera.
De su coño no paraban de salir fluidos que mezclados con mi saliva empapaban el piso considerablemente.
Introduje de mi mano derecha el dedo índice y corazón en la parte superior de su coño, justo debajo del clítoris y a unos cinco centímetros en su interior comencé a palpar las paredes al tiempo que la miraba para saber cual era el semblante de su cara que me pudiera indicar mayor o menor placer en mi maniobra.
- Oh Diossss ¡¡¡ Más quiero más, exclamó.
Entonces fui incorporando un dedo más y otro y otro más. Hasta tener mi mano a la altura de los nudillos, en su interior.
Estaba como loca de placer y eso aun me excitaba más.
Saqué casi por completo mi mano de su coño para iniciar la introducción de dos dedos de cada mano simultáneamente.
Poco a poco, con suavidad su coño que chorreaba abundantemente se iba dilatando de forma increíble.
Pacientemente conseguí llegar a introducirle hasta ocho de mis dedos en su prodigioso coño.
Mis movimientos tenían que ser muy lentos y de poco recorrido. Estaba justo en la parte de mayor sensibilidad y eso le proporcionaba gran gozo y placer que plasmaba con sus movimientos de cabeza, de piernas y de vientre.
Sus palabras entre gemido y gemido eran elocuentes : Cabrón que me estas haciendo? Por Dios, ….que gusto, oooh ¡¡¡…
Posiblemente transcurrieran más de veinte minutos o quizás hasta media hora en ese homenaje a Ella.
- Me gustaría que tuvieras muchos, infinitos orgasmos hasta el agotamiento, pero mi mayor propósito es que tengas una eyaculación, le dije. Ahora retiraré mis manos de tu coño, iré a por agua y mientras serás tu quien te masturbes. ¿ De acuerdo?
Me indicó de donde debía tomar la botella de agua y en esos segundos de mi ausencia se masturbó.
Ya de vuelta, le di a beber como el equivalente a tres vasos.
Continué con mi mano, ahora ya solo una, en su coño y mientras masajeaba su interior con las yemas de mis dedos, le decía que intentara mover su vientre como si lo vaciara y llenara, al compás de su respiración.
Llegado el momento en que presintiera que iba a “correrse”, ella debería intentar orinar para que se produjera la eyaculación.
Tuvo hasta cinco orgasmos, antes que llegara a eyacular un considerable chorro que brotó con fuerza de su coño al retirar mi mano.
Estaba como aturdida, sus piernas temblaban aun después de la eyaculación. Había experimentado algo increíble.
Yo estaba a su lado, tumbado y cubriéndola con mi brazo. La observaba. Su cara enrojecida, sudando, completamente empapada y agotada. Un brillo generoso en sus ojos y el regalo de una sonrisa.

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